
Tiger King fue una serie documental de Netflix que se convirtió en un auténtico fenómeno (especialmente en Estados Unidos, por motivos obvios). La plataforma ya intentó aprovecharse del éxito con un episodio especial que no aportaba absolutamente nada. Pues bien, justo un año y medio después, nos han sorprendido a todos con una segunda temporada, con la promesa de volver a engancharnos con una historia tan bizarra como apasionante. Bueno, pues ya os adelanto que la promesa no se ha cumplido, porque estamos ante una segunda temporada que deja la sensación de ser un producto oportunista con el único objetivo de hacer caja. No es de extrañar que los críticos la estén machacando, al contrario que la primera entrega (éxito de crítica y público), pero mejor ir por partes.
Esta segunda tanda se compone de tan solo cinco episodios, notándose que no tenían mucho más que contar, y aburriendo al espectador en casi todos sus pasajes (el segundo episodio es bastante infumable). La verdad es que se podría haber contado lo mismo en apenas tres capítulos, y si vamos mas allá, creo que habría sido perfecta una película de hora y media, porque aquí hay exceso de material (relleno de toda la vida), siendo un conjunto desangelado y sin ritmo alguno. Reconozco que el primer episodio tiene un pase, y que en los dos últimos se anima un poco la cosa, pero el resto lastra una propuesta que se ha sacado con demasiada celeridad.

Lo que ya no tiene ningún sentido es que Tiger King (seamos sinceros, el gran protagonista) apenas salga veinte minutos en las casi cinco horas que dura la segunda temporada. Lo sé, las circunstancias le impiden tener más protagonismo, y los responsables del documental le dedican medio episodio para contar su pasado (supongo que con la intención de hacernos olvidar que es secundario en su propia historia), pero fuera de eso, la trama central sigue a sus rivales. No sé hasta qué punto es engañoso poner ese título a la serie cuando de quien menos se habla es precisamente de Joe Exotic (Tiger King, para los despistados).
Y aviso a navegantes: os vais a enfadar con esta nueva entrega (como ya sucedió con la primera parte, aunque me temo que aquí es peor), y más si sois amantes de los animales. La mayoría de personajes generan rechazo (por no llamarlo directamente asco), y no es de extrañar, ya que casi todos son personajes sin escrúpulos a los que dan ganas de abofetear a la mínima oportunidad. Esa falta de empatía provoca un distanciamiento con lo que se nos quiere contar. Se suele decir que no hay malos y buenos. Esta producción es la excepción, en un carnaval de crueles payasos que provocan más rabia que gracia.

Afortunadamente, hay algo de justicia poética en su desarrollo. Y es que, aunque la marca Tiger King ha acabado siendo un chicle que ha perdido todo su sabor (por culpa de la ambición de Netflix, todo sea dicho), al menos ha servido para que se investigue el caso con más profundidad (debido a la atención provocada por la fama del documental, no por otra cosa…), y haya justicia para las víctimas, y no me refiero a Exotic. Aquí los verdaderos damnificados son los pobres animales, siendo vergonzoso que se haya permitido ese horrible trato durante tanto tiempo.
En conclusión, una segunda temporada que decepcionará a la mayoría de fans de la primera parte, y que confirma, una vez más, la codicia de la plataforma, con un producto demasiado oportunista. No obstante, gracias al éxito de la primera entrega, han habido las suficientes quejas para que se tomen cartas en el asunto, y sólo por eso, ya merece la pena echarle un vistazo, aunque hayan unos cuantos bostezos por el camino. Una nueva entrega tan perezosa como poco inspirada. Espero que se esmeren con la tercera, que la habrá, porque esto no ha terminado todavía.
Deja una respuesta