
Hace un tiempo se estrenó con bastante ruido (como es habitual cuando a Netflix sí le interesa una producción) la primera temporada de El Vecino, comedia española sobre un peculiar ciudadano (por llamarlo de alguna forma) que se convertía de la noche a la mañana en un improbable superhéroe. La primera entrega me pareció tan simpática como curiosa, cumpliendo su objetivo de hacer pasar un buen rato, y en la que destacaba un espléndido Quim Gutiérrez. Pues bien, por la puerta de atrás se acaba de estrenar su segunda y última temporada, algo bastante sorprendente (y lamentable) si tenemos en cuenta que tiene un final más abierto que el Cañón del Colorado. De nuevo, la plataforma ha sacado la tijera a pasear, cancelando otra serie que se quedará sin final (y van…), siendo un injustificable bofetón para los que hemos seguido la serie hasta el momento. Fijaos en la penosa maniobra, que hasta sus responsables no sabían nada en el momento de rodar la segunda temporada, y vaya si se nota (no les dio tiempo a dar un final en condiciones).
En serio, ya me cabrea las deplorables decisiones de Netflix, pasando por la guillotina propuestas que se dejan ver y funcionan, en pos de productos mediocres que, obviamente, les reportan más beneficios. No nací ayer, siendo consciente de que son una empresa, pero al menos dale un final a las cosas, porque no es la primera vez (ni será la última) que actúan de una forma tan vil, granjeándose una mala fama más que merecida. Una vez me he desahogado, toca entrar en materia, ya que estamos ante una segunda temporada mucho más hilarante y ambiciosa que la primera, y por lo tanto, mejor.

Seamos sinceros, la primera temporada de El Vecino fue una comedia simplona, amena, desenfadada y que sólo buscaba entretener. Aquí se mantienen los mismos objetivos, aunque corrigiendo errores del pasado (eliminación de personajes que no aportaban nada), incorporando elementos fascinantes (los maravillosos nuevos personajes) e hilando una trama que genera interés y mueve el motor de la historia, ya que en la primera entrega se enredaban en demasiadas tramas, sin tener muy claro el camino a seguir. Se agradece que, después del desenlace de la anterior entrega, no hayan apostado por el recurso fácil, jugando con los cambios de los personajes y ofreciendo momentos deliciosamente absurdos. Quizás se les escape de las manos algunas subtramas que no van a ningún lado (el enamoramiento de uno de los personajes), pero se nota que los guionistas saben a dónde quieren ir, con un objetivo claro y firme.
Es imposible hablar de esta segunda temporada sin hablar de las nuevas incorporaciones, como un desternillante Fran Perea (interpretándose a sí mismo y siendo consciente de lo que ello conlleva), un maravilloso Javier Botet (la niña Medeiros de Rec, y que tiene un timbre de voz y dicción casi idéntico al de Joaquín Reyes) y una estupenda Gracia Olayo como una alcaldesa que supone la crítica ácida de la nueva temporada. Los tres se lo pasan en grande, agradecidos por unos personajes tan divertidos como interesantes, hasta el punto de que eclipsan al resto en no pocas ocasiones, eso sí, sin contar al impecable Quim Gutiérrez, que vuelve a hacer suyo el personaje, siendo de nuevo lo mejor de la serie junto a dichas incorporaciones. Da gusto ver cómo unos nuevos personajes funcionan y tienen sentido (algo que no siempre sale bien), siendo el gran acierto de la nueva temporada.

En lo que respecta al apartado técnico, la serie está bien rodada, pero los efectos especiales siguen estando un poco por debajo de lo esperado (se nota el croma en las escenas de vuelo, las pocas que hay), aunque nada realmente reprochable si tenemos en cuenta que es una comedia de superhéroes que se centra más en los personajes. Eso sí, mención especial al estupendo maquillaje, que nada tiene que envidiar a producciones más grandilocuentes, o la acertada selección musical, que suele cerrar los episodios de forma más que curiosa. Por cierto, sin entrar en el campo de los spoilers, el final promete una tercera temporada cargada de acción, y algo me dice que ese es el motivo por el que Netflix se ha negado a seguir adelante, ya que es bien conocido lo tacaña que es la plataforma. No han sido generosos hasta el momento (bueno, con la campaña promocional de la primera temporada sí, por si sonaba la flauta…), lo van a ser ahora… Un despropósito, y que vuelve a poner de relieve que algo no va bien en la popular compañía.
En conclusión, es una lástima que se haya cancelado la serie justo cuando estaba en su mejor momento, gracias a la estupenda actuación de Gutiérrez (en serio, qué poco partido se le está sacando a su vis cómica) y a las nuevas incorporaciones, a una trama con las ideas más claras y con un desenlace que deja con ganas de más y que jamás tendrá conclusión alguna (quizás en nuestra imaginación). No era una gran serie, pero cumplía su cometido y era de lo mejor en lo que a producciones españolas (dentro de la plataforma) se refiere. Enhorabuena para los implicados, por su loable esfuerzo y mejorar el producto, y mucha mierda para Netflix, pero de la de verdad, no de la del teatro. Que no me esperen en más series (seguramente inconclusas).
Hasta siempre, vecinos.

Deja una respuesta