
Casi por sorpresa, ha aterrizado la tercera temporada de Haunted (con el innecesario título en España de Al borde de la realidad) en Netflix, apenas unos meses después de su spin-off, Haunted: Latinoamérica. Es curioso, ya que al contrario de otras propuestas, cada temporada mejora a la anterior, con unas historias más elaboradas y cuidadas, y un progresivo aumento de calidad en el apartado técnico. Es por ello que costaba tomarse en serio la primera temporada (la cual coqueteaba con la serie B), con un trabajo tras las cámaras algo pobre. Parece ser que la plataforma estuvo generosa, ya que hubo un gran aumento de recursos de cara a la segunda entrega, la cual dejó bien claro que estábamos ante otro tipo de producto. Lo mismo se puede decir de la versión latinoamericana, todo un acierto y al nivel de la anterior. Pues bien, los responsables de la serie documental vuelven a superarse con la que es, sin lugar a dudas, la mejor temporada hasta el momento.
Técnicamente se nota un gran salto respecto a entregas anteriores (en especial la primera), con unos efectos especiales a la altura de las circunstancias, y una forma de contar las cosas digna de mención. Sólo hay que fijarse en el añadido al inicio de los episodios (los cuales nos introducen en la historia de forma más que efectiva), para darse cuenta de que los artífices de la propuesta han puesto toda la carne en el asador, no conformándose con entretener. Porque sí, estamos ante una serie de terror que busca estremecer (y a ratos asustar, y creedme que lo consigue en no pocos momentos), pero también emocionar con los trágicos testimonios de las personas involucradas.
Recordar que la serie dramatiza los hechos de los protagonistas, los cuales relatan sus traumáticas vivencias, siempre relacionadas con sucesos paranormales, en los que algún espíritu o ente con muy mala baba les ha hecho la vida imposible. Un clásico, vaya. Me dicen hace unos años que todo lo que se cuenta es verdad, y arqueo la ceja, pero conviene destacar que los testimonios provienen de gente real, no de actores, aunque siguen habiendo sucesos que cuesta creer (esa serpiente…). No obstante, se logra que nos quedemos con la duda y reflexionemos sobre un tema tan controvertido como el paranormal. Y os lo dice un escéptico de manual.

Respecto a los episodios, curiosamente el último (Los pecados de mi padre) es el menos inspirado, aunque tiene un final tan sorprendente como surrealista (dan ganas de preguntar a los implicados si eso sucedió de verdad). Los otros cinco son tan redondos que cuesta dilucidar cuál es mejor, hasta el punto de que dejan con ganas de más, y una vez finalizan te preguntas: ¿Ya está? Se agradece la corta duración de los capítulos (apenas veinte minutos en la mayoría de los casos), pero da la sensación de que algo falta en unas historias rabiosamente truculentas y fascinantes. No sé si Hollywood tiene el radar puesto en esta serie documental, pero algunos relatos darían para una película. Ahí lo dejo.
Llegados a este punto, es tan sencillo como afirmar que la nueva temporada es absolutamente recomendable para los que disfrutaron de las anteriores entregas, mientras que no se les ha perdido nada a los que no quedaron satisfechos con las primeras temporadas. Por el contrario, si todavía no le has dado una oportunidad a la serie, y tienes intención de hacerlo, lo mejor es que empieces desde el principio, aunque sin dejarte llevar por la primera impresión (la primera temporada cumple, pero no va más allá), ya que si eres amante del terror y los documentales, esta propuesta está hecha para ti. Ni más ni menos. Esperando la siguiente entrega, que seguro que la hay.
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