Godzilla vs. Kong – Un insustancial blockbuster en el que sólo destacan los enfrentamientos entre los míticos personajes

Después del intento fallido perpetrado por el incombustible Roland Emmerich en 1998 (y que no dejaba de ser un simpático blockbuster para pasar el rato, a pesar de sus estupideces, que no eran pocas), Warner Bros. decidió traer de vuelta al popular Godzilla en 2014, con una cinta que fue un relativo éxito de taquilla, pero que tenía un gran problema: era aburrida como ella sola. Y es que el citado film pecaba de soporífero, siendo un intento de drama (se tomaba demasiado en serio a sí mismo) y una soberana decepción que sólo destacaba en los enfrentamientos de la mítica criatura. Pero los números mandan, y hubo una secuela, Godzilla: Rey de los monstruos, la cual al menos no invitaba a cerrar los ojos, aunque no dejaba de ser otro producto de usar y tirar.

Mucho más inspirada estuvo la entretenida Kong: La isla calavera, simpática aventura que tenía un arranque prometedor, pero que se perdía en el ecuador de su metraje, pudiendo haber sido mucho mejor de lo que finalmente acabó siendo, aunque a años luz de las otras dos producciones mencionadas. Y claro, la misma tuvo una escena post-créditos en la que se ponían las cartas sobre la mesa, que no era otra cosa que un crossover entre el famoso gorila y la criatura nipona. Unos pocos años después, aquí estamos, con el versus estrenándose en salas de todo el mundo… y en HBO MAX (pero esa es otra historia).

Para sorpresa de muchos, la película está siendo un éxito de taquilla (teniendo en cuenta las circunstancias, que no son otras que la horrible pandemia), lo que la puede acabar coronando como la verdadera salvadora de las salas de cine, después de los fiascos de Tenet (una cura de humildad para Nolan, que le hace falta) o la fallida Wonder Woman 1984, por cierto, ambas también de Warner. Una vez vista Godzilla vs. Kong, algo me dice que es lo único por lo que será recordada en unos años porque, lamentablemente, se acerca más a los resultados de las dos partes de Godzilla que no a la de Kong: Isla Calavera.

La verdad es que sigo sin explicarme las reseñas tan positivas que ha recibido el film, cuando producciones similares y muy superiores son vapuleadas sin piedad. Quizás haya tenido algo que ver la sequía de grandes estrenos y el hecho de que quieran atraer a las masas a los cines, pero es indudable que estamos ante una mala película, ya sea por su ridículo guion, su poco inspirado reparto o simplemente porque no deja de ser otro blockbuster del montón. Y sí, muchos se escudarán a la hora de defenderla en que en una producción de estas características sólo se buscan tortas y que da lo que promete. No seré yo el que les quite razón, pero es que creo que hay aspectos que se podrían haber cuidado mucho más, pero mejor vayamos por partes.

La dirección es cortesía de Adam Wingard, nombre que seguramente no os diga nada, como me ha sucedido a mí, por lo que he investigado su filmografía, y casi me caigo de culo. Entre sus «memorables» trabajos se encuentran Blair Witch, que es la secuela de hace unos años que nadie pidió y que nadie recuerda, o la adaptación americana para Netflix de Death Note. Poco más que añadir, señoría. Con semejante currículum, cuesta creer que Warner haya confiado en él para este trabajo (suena a que querían alguien poco experto para manejarlo a su antojo, todo un clásico en Hollywood), pero la verdad es que las secuencias de acción cumplen, en parte gracias a los espectaculares efectos especiales, todo sea dicho. Una labor tras las cámaras a la altura de las circunstancias (hay un par de momentos visualmente imponentes), aunque sabe a poco, porque toda la carne se pone en el asador en la media hora final, dándonos antes unas pocas migajas en dos escenas contadas. A pesar de que técnicamente luce bien, no hay revolución alguna, con unos efectos y escenas que no son nada que no se haya visto en películas (superiores) como Transformers o Pacific Rim, por citar dos ejemplos claros.

Soy consciente de que es imposible e inviable que en las casi dos horas de película (podrían haber sido menos), los dos protagonistas se estén dando de mamporros, porque seguramente acabaría siendo la película más cara de la historia, pero tampoco me parece justo para el espectador que la acción sea tan poca, y ese es uno de los grandes contras de esta producción de gran presupuesto. El público espera más leña, y aparte del clímax, hay poco donde rascar.

Luego tenemos el guion, que muchos defienden como una excusa necesaria para que los dos monstruos se enfrenten, porque obviamente hay que rellenar minutos con personajes humanos que no interesan a nadie. Es tal cual lo que sucede en la película, trayendo de vuelta algunos personajes que ya nos importaban bien poco antes (la subtrama con Millie Bobby Brown es completamente innecesaria y está metida con calzador), no te digo ahora, además de unos nuevos que navegan en los mismos derroteros, villano de pacotilla incluido. Y ojo que, en no pocas ocasiones, el film está más preocupado en ser una secuela de la olvidable El núcleo (2003) que no de centrarse en lo que realmente importa (el versus, para los despistados). Con lo bien que les habría quedado una cinta de hora y media.

De verdad que, viendo el libreto, me cuesta entender esas críticas tan desorbitadas, porque no hay por dónde cogerlo. Quizás la clave (y lo que la distancia de otros productos peor valorados, aunque son infinitamente mejores) sea que el alivio cómico no molesta demasiado y que el humor está dosificado con cuentagotas. Quién sabe, pero lo que es seguro es que es un guion tan perezoso como tontorrón, con una trama que todos sabemos cómo acabará desde el minuto uno. Todos sabemos porqué estamos aquí, aunque para llegar a nuestro ansiado premio, el camino es algo tortuoso. Pero eh, al menos no nos aburren como en la película de 2014 (todavía tengo el trauma del hastío en la sala de cine…). Algo es algo.

Por cierto, desde hace semanas muchos de los que esperaban la película se estaban posicionando en un bando, ya sea el TeamKong o el TeamGodzilla. La verdad es que, una vez vista, cuesta no unirse al del primero, entre otras cosas porque los responsables del film han sido más generosos con los minutos que le han dado al simio, siendo Godzilla un secundario de lujo (y que poco o nada tiene que ver con el presentado en los dos anteriores films, por motivos que no vienen al caso), y eso que ha tenido más películas para su lucimiento. El motivo por el que Kong es mucho más protagonista es una excusa argumental a la que es mejor no darle muchas vueltas, pero ahí lo dejo, ya que no deja de ser curioso.

En cuanto al reparto, nadie brilla especialmente, pero lo que es seguro es que algunos, como Millie Bobby Brown o Demian Bichir, deberían sentarse a hablar seriamente con sus agentes, porque no les están haciendo ningún favor. Ninguno de los actores se creen mucho sus insípidos personajes, aunque algunos pongan todos sus esfuerzos en ello. Lo dicho, meras comparsas, pero tampoco era necesario desaprovechar a según qué intérpretes, como los mencionados.

Por último, destacar una errónea banda sonora, la cual tiene alguna pieza que sí casa con el conjunto, pero que se equivoca al querer presentar melodías techno que intentan evocar el cine de los 80, cuando no era realmente necesario. Junkie XL es el responsable, y la verdad es que creo que ofrece trabajos mejores cuando colabora con Hans Zimmer. Por algo será…

En conclusión, creo que este cacareado y esperado versus decepciona, a pesar de que da lo que promete en su potente clímax. No obstante, no deja de ser un insustancial blockbuster que todos habremos olvidado en breves, siendo su único valor los mencionados enfrentamientos y el hecho de que esté dando vida a los cines, que no es poca cosa. Fuera de eso, se parece demasiado a las de Godzilla, aunque es la mejor de las tres, quedando por debajo de Kong: La isla Calavera, la mejor de la saga. Si hay espectadores satisfechos, misión cumplida, pero creo que deberíamos pedirle mejores historias a producciones de estas características, y no conformarnos con cuatro tortazos, porque al final siempre nos darán lo mismo de siempre, como es el caso.

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