
Para bien o para mal, Ryan Murphy es uno de los hombres del momento, siendo el responsable de propuestas (para un servidor, fallidas) como Glee o American Horror Story, o las recientes Hollywood y Ratched, que no voy a valorar, entre otras cosas porque no las he visto, pero también es cierto que meses después ya nadie habla de ellas. El caso es que su nombre va relacionado con el éxito, y es por ello que su nueva película tras las cámaras (suele ser más creador y productor, que no director) ha llamado la atención, en especial por su espectacular reparto (publicitado hasta la saciedad).
Las críticas han navegado entre dos aguas con la nueva película de Netflix, tildándola unas de producto fresco, desenfadado y necesario, y otras de absoluto despropósito, cargado de edulcorante y que supone una pérdida de tiempo. Una vez vista, me quedo en tierra de nadie, ya que no considero que sea un desastre, pero tampoco es el gran musical que se nos está vendiendo, con demasiados elementos en contra, y la sensación inequívoca de que esta producción está diseñada para gustar a cualquier precio. Bueno, menos al estado de Indiana, al que no dejan en buen lugar, precisamente.
Adaptación de un musical, se nota su origen teatral, ya que las canciones y números de baile se suceden ante nuestros ojos cada dos escenas, con unas melodías que jamás logran cautivar, ya que no hay ninguna canción pegadiza que se quede en nuestras memorias, y las letras tampoco son nada del otro aquel, y con unas coreografías que cumplen, pero tampoco maravillan. Y es que la labor de Murphy es bastante simplona y rudimentaria, con ni un solo instante a destacar, notándose que lo suyo es otra cosa. Quizás debería haber cedido el testigo a otra mano más experta, porque me dicen que esto es un producto destinado a Disney Channel, y me lo creo. Y bueno, eso de que la cinta dure unas exageradas dos horas… Lo único que se consigue es que se haga eterna y nos confirme que se quieran tocar demasiados palos, con demasiados personajes y más bien pocos aciertos. Roza el caos absoluto, eso seguro.

Personalmente, prefiero la reciente (y ya olvidada, como casi todas las películas exclusivas de Netflix), Los chicos de la banda (en la que Murphy sólo producía), film de temática homosexual donde se jugaba más a la intuición que a la exposición, al contrario que la cinta que nos ocupa, en la cual la sutilidad brilla por su ausencia, en un mensaje bien masticadito, para que nadie se pierda o atragante…
Eso es culpa de un guion patoso y demasiado evidente, dejando clara su postura y con canciones y diálogos que no llevan a equívoco. Ésta es una película contra la intolerancia, con lo cual estoy totalmente de acuerdo, pero es que parece escrita por unos adolescentes, público al que, por cierto, está directamente dirigida, siendo quizás una propuesta demasiado pomposa y cargante para el resto de los mortales. Debo confesar que no todo es purpurina y risas, ya que hay algunos momentos emotivos, algunos algo bochornosos (aunque se pretenda lo contrario) y otros que sí aciertan, como los del pasado de cierto personaje. Sin embargo, no son suficientes para hacernos olvidar que estamos ante un film que aspiraba a más y se queda a medio gas de sus intenciones (ser el musical del momento). Y por favor, que nadie busque la frescura o la originalidad en el film (por mucho que se venda como tal), porque no la hay. Esto ya lo hemos visto todos, aunque mejor, en musicales como Hairspray, film mucho más logrado e inspirado.
Tampoco ayuda el exceso de personajes, sobrando bastantes de ellos, o que convivan dos film en uno, por una parte, la trama de las viejas glorias y divas que quieren recuperar su fama a costa de una buena acción, y por otro lado, la de dos chicas que quieren confesar su relación en el baile de la graduación (de ahí el título). El problema es que una de las tramas engulle y eclipsa a la otra, y todavía no tengo claro cual gana la partida, pero el resultado es caótico a más no poder. Fijaros qué argumento interesa más a los responsables de la cinta, que en el póster no hay ni rastro de las dos chicas, interpretadas por dos actrices desconocidas, por supuesto.

Y es que Murphy no tiene ni un pelo de tonto, rodeándose de un plantel de primer orden, pero que tampoco tiene sentido si vas a desaprovechar a intérpretes de la categoría de Nicole Kidman, que hace lo que puede con los pocos minutos que le han dado, siendo uno de los mencionados personajes de más, el cual, si quitas del metraje, sigue siendo exactamente el mismo resultado. Merece más la actriz, y más en uno de los mejores momentos de su carrera. Más airosos salen Meryl Streep o James Corden. La primera nunca decepciona, aunque quizás en esta ocasión esté un poco más sobreactuada de lo esperado, aunque se entiende que es por exigencias del guion. No es de sus mejores papeles, pero se la nota entregada, que no es poco. Eso sí, olvidaos de nominación alguna a los próximos Oscars, como ya estoy leyendo por ahí.
En cuanto a Corden, debo confesar que ya me satura verlo en todos lados, no perdiéndose un musical, como la espantosa Cats, de la que reniega sin pestañear (y no me extraña…). No obstante, aquí nos regala una actuación cercana y muy lograda, gracias al mejor personaje de la película, entrañable y (a ratos) divertido, siendo consciente del producto en el que está, pero sin obviar la parte dramática de su papel. Seguramente el mejor del reparto, con permiso de la Streep.
En conclusión, estamos ante una colorida y bobalicona propuesta, orquestada para amasar premios y contentar a cuantos más mejor, pero que es demasiado facilona en su mensaje, habiendo películas de la misma temática infinitamente superiores, y que quizás recibieron menos atención en su momento. Y es que el señor Murphy es muy bueno en lo suyo, esto es, adornar sus productos para hacerlos más atractivos. El problema es que una vez se rasca un poco, te encuentras la verdad: todo era artificio, de ahí el reparto, para ocultar la cruda realidad. Una colorida tontería cargada de buenas intenciones pero que todos habremos olvidado en menos que canta un gallo, o lo que es lo mismo, otro producto vacío de Murphy y la plataforma que hace honor al refrán: «Mucho ruido y pocas nueces«. Ni más ni menos.
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