
Hace bastante tiempo que sé de la existencia de este peculiar film, Daniel no es real (Daniel Isn’t Real), uno de los más aplaudidos en el Festival de Sitges 2019, y que ha tardado bastante en llegar hasta nuestras tierras (como suele ocurrir con este tipo de productos). El motivo por el cual estaba tan reticente, es que no me suelen gustar los productos de este estilo, vendidos como una revolución del género, pero que luego son caramelos envenenados, soporíferos hasta decir basta, como es el caso de Mandy o Color Out of Space (por citar dos ejemplos recientes), curiosamente ambos de la misma productora que Daniel no es real.
De ahí que no me haya decidido a verla hasta este momento (y aprovechando mi particular sesión de Halloween 2020), temeroso de encontrarme con otro film inflado por los de siempre, supuestamente profundo y trascendental, pero que sólo provocase el bostezo. Afortunadamente, me he encontrado con una curiosa mezcla de thriller y terror (aunque más bien de lo primero), con dos grandes protagonistas y que aborda de forma muy interesante el tema de la esquizofrenia. Y lo más importante, no aburre.

Esto es gracias a su director y guionista (esto último junto a otro compañero), el cual tiene las ideas muy claras, sabiendo en cada momento lo que quiere transmitir al espectador en su ajustada hora y media de duración, captando el interés y evitando que la historia decaiga en ningún momento. Respecto a su labor tras las cámaras, realiza un trabajo encomiable, siendo conscientes en todo momento de que estamos ante un film independiente de bajo presupuesto, pero con unos efectos visuales y de maquillaje muy efectivos y con ecos del cine de los 80 (se nota que buscan ese aire nostálgico de las rarezas de dicha época).
Y es que estamos ante una peculiar versión de la mito de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, siendo una interesante y eficiente vuelta de tuerca, con sus propias normas y que deja la sensación de ser una buena idea bien ejecutada, cosa que no se puede decir de producciones de la misma índole.

Los personajes funcionan, ya sea el genial protagonista o su impredecible y violento amigo imaginario. El primero está interpretado por un fabuloso Miles Robbins (hijo de Tim), en una actuación repleta de matices y que se llevó un merecido premio en el mencionado festival de terror. El segundo es Patrick Schwarzenegger (hijo de Arnold), el cual ofrece una histriónica y sorprendente actuación, consciente del personaje que le ha tocado interpretar. Ambos tienen mucha química y son de lo mejor de la cinta, elevando el conjunto final. Les auguro prometedoras carreras a ambos, si juegan bien sus cartas.
Finalmente, estamos ante una rareza que merece la pena, ya que jamás olvida algo imprescindible, sea cual sea el género: entretener. Es por ello que sale totalmente airosa con su estilo bizarro y sus escenas enfermizas (tan inquietantes como tétricas), en un experimento muy a tener en cuenta, cuyas dos interpretaciones principales ya justifican el visionado. Una pequeña sorpresa que hace justicia a lo que se ha dicho de ella. Por fin.
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