Acaba de aterrizar la nueva propuesta de animación de Netflix, siendo una colaboración entre realizadores americanos y chinos, estando el marco de la historia en el país de estos últimos. No tenía grandes expectativas en el producto, acercándome al mismo debido a las generosas críticas. No obstante, tampoco han sido nada entusiastas, al contrario que sucedió el año pasado con la maravillosa Klaus, que siempre defenderé que debió llevarse el Oscar a Mejor película de animación, entre otras cosas porque fue la mejor. Pero esa es otra historia.
La verdad es que también me llamó la atención que hubiese canciones en el film, siendo una práctica que solamente utiliza Disney, y cada vez menos, siendo una verdadera pena, ya que parte de la magia de sus mejores trabajos radica en esa particularidad. Una vez vista, se entiende todo, ya que es un fallido intento de emular las producciones de antaño de la casa del ratón, aunque con resultados que se quedan en tierra de nadie, a pesar del acierto de algunos elementos.
Y es que la película está demasiado preocupada en capturar la magia de dichos productos, renunciando a tener su propia identidad, en un resultado final al que se le ven las costuras y las intenciones desde el minuto uno. Un quiero y no puedo de los de toda la vida.
La animación está por encima de lo esperado, aprovechando a la perfección las características de un país como China, y utilizando un colorido que ofrece un espectáculo de luces impresionante, aunque el diseño de personajes es bastante convencional, recordando a otros trabajos ya vistos en producciones similares. Y sí, me refiero a Disney, una vez más.
Respecto a la trama, no deja de ser otra tópica historia de aceptación y superación que ya hemos visto todos, no aportando nada novedoso al panorama animado. Es cierto que tiene un estupendo arranque (que nos hace creer que el film será mejor de lo que acaba siendo) y un satisfactorio desenlace (aunque tampoco nada memorable), pero el nudo (es decir, casi todo el film) no está a la altura de las circunstancias, perdiendo la historia fuelle demasiado pronto, siendo un trabajo débil y con el que cuesta emocionarse, por mucho que se pretenda. Y es que cuando ya has visto la misma historia tropecientas veces, es prácticamente imposible conectar.
Los personajes resultan simpáticos, pero no inolvidables, recalcando a un calco del Olaf de Frozen, demostrando una vez más que la originalidad de la propuesta brilla por su ausencia. Tampoco ayuda que todos sepamos el final de la película casi desde el minuto uno, en un conjunto tan predecible como insustancial. Lo del blanqueamiento y pomposidad de la China del film mejor lo obviamos, porque parece que a mucha gente se le olvida que sigue siendo una dictadura.
En cuanto a las canciones, pocas dan en la diana, siendo las más destacables las que apuestan por un estilo pop y marchoso, mientras que, curiosamente, las emotivas acaban siendo las que quedan relegadas al olvido, al contrario que otras producciones de la competencia, con unas melodías imborrables y que ya son historia del cine. Al final acaba siendo un recurso que busca desesperadamente la complicidad con el espectador, aportando más bien poco a la cinta.
En conclusión, estamos ante una floja película de animación, que se deja ver y sirve para pasar el rato, pero que acaba siendo un producto más, el cual todos habremos olvidado más pronto que tarde. Netflix no ha dado en la diana en esta ocasión, con su apuesta por recuperar la magia Disney, cuando deberían haber apostado por ofrecer algo distinto y novedoso. Y es que Disney sólo hay una, aunque últimamente esté de capa caída. Otra vez será.
Ocio World 
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