
Karate Kid vuelve a estar de moda. Y todo es gracias a la serie Cobra Kai, la cual acaba de estrenarse en Netflix, ya que ha sido adquirida por la plataforma después de su paso por Youtube, plataforma de vídeos donde sus series en exclusiva no han acabado de cuajar. Bueno, Cobra Kai y ya la han tenido que vender.
Pues bien, desde su estreno he tenido curiosidad en la continuación de las andanzas de los personajes del clásico de culto (con la excepción del emblemático Miyagi, ya que el actor nos dejó hace unos años), siendo una curiosa propuesta nacida de una hilarante broma de la serie Como conocí a vuestra madre (jamás desaprovecharé el momento de afirmar que tuvo cuatro primeras temporadas intachables y luego se fue al traste de una forma demasiado dolorosa).
Pero no estamos aquí para hablar de la serie (para ello dedicaré otro artículo en la web), sino más bien de las cuatro películas de la saga (la de Jackie Chan y el hijo sin talento de Will Smith no la he visto… ni pienso hacerlo), siendo una serie de películas que fueron de más a menos.

Y es que me he puesto al día (sólo había visto la primera parte, y fue a muy corta edad) para poder visionar la serie con los antecedentes frescos. Debo confirmar que en este repaso a las cuatro entregas voy a ser lo más objetivo posible, ya que no soy fan de las mismas, aunque la verdad es que el revisionado de la primera (el paso de los años suele dañar a según qué clásicos) y el primer contacto con sus secuelas no ha sido tan doloroso como cabría esperar.
Pues empecemos por el principio, con la que es, sin lugar a dudas, la mejor entrega de la saga, que no es otra que The Karate Kid (con el añadido en España de «El momento de la verdad«…), estrenada en el año 1984. No se puede negar que la película dura unas excesivas dos horas, haciéndose algo larga y siendo una cinta a la que le cuesta arrancar, ya que sus primeros veinte minutos no están demasiado inspirados.
Por fortuna entra en escena el mejor personaje de la película (y de la saga), que no es otro que el señor Miyagi, mítico y redondo secundario de lujo, que eleva el nivel del film, ya que en cada frase y aparición capta la atención, siendo el gran logro de la propuesta. Sin él, la primera parte no sería lo mismo, y parte del mérito está en un excepcional Pat Morita, en el que es el mejor papel de su carrera, componiendo un personaje tan enigmático como entrañable.

No se quedan atrás el gran protagonista, Daniel, con un carismático y enérgico Ralph Macchio (otro acierto de casting), así como una serie de secundarios que cumplen con creces, como una joven Elisabeth Shue o el recuperado William Zabka.
La verdad es que hay cult movies de las que, si soy sincero, no entiendo su estatus de culto, pero en el caso de ésta sí lo puedo comprender, ya que tiene esa magia de los años 80 que tanto caracterizaba al cine de dicha década, con un soundtrack y banda sonora inolvidables, y dejando la sensación de que el film tiene algo que lo hace único, aunque sin ser tampoco ninguna obra maestra. Pero repito, tiene algo.
El director (que repitió en las dos siguientes secuelas y también fue responsable de la primera y la quinta de la saga Rocky) ofrece un producto tan desenfadado como entretenido, ya que en el momento que el libreto se centra en lo importante, que no es otra cosa que el entrenamiento por parte de Miyagi (con esa especie de explotación infantil a la que es sometido el personaje principal), la película agarra al espectador y ya no lo suelta hasta el desenlace, eso sí, con un cierre abrupto, sin epílogo alguno, tan típico de la época y que jamás he comprendido.

Pero todo eso tuvo solución en su secuela de 1986 (el mejor año de la historia), donde la historia comienza exactamente en el punto en el que lo dejó la otra, como si de una escena eliminada se tratase. La verdad es que es un momento importante y que sirve de puente entre una y otra, pero luego hay un salto de seis meses, únicamente para justificar la ausencia del interés romántico (adiós, Shue) y dar la bienvenida al nuevo, algo que la saga no supo gestionar, como iremos viendo a continuación.
Dicha secuela fue bastante criticada, denotando prematuros signos de agotamiento por parte de los espectadores más pacientes. Debo reconocer que no la había visto hasta el momento de hacer este especial. Una vez vista, debo reconocer que me ha parecido un producto la mar de simpático, donde es cierto que hay cosas que no acaban de funcionar (una vez más, la trama romántica metida con calzador), pero que acaba siendo una secuela más que digna, que si bien no alcanza los méritos de la anterior entrega, sí cumple su cometido, con el añadido de que arriesga al centrarse en la figura de Miyagi (de nuevo, sobresaliente Morita) y su pasado, y con un acertado cambio de escenario, aportando frescura y un interés por contar algo nuevo.
No seré yo el que diga que es una gran película, pero entretiene, que es la máxima de este tipo de films, y tiene momentos para el recuerdo (la apuesta en el bar o el desenlace), aparte de ese encanto de los 80 (y de la cultura del país en el que transcurre todo), con unos guionistas que no pecaron de perezosos, no limitándose a repetir la fórmula del éxito. Lo dicho, no está a la altura pero funciona como segunda entrega, que como reza el título en español (en fin…), continúa la historia.

Quizás porque no fue entendida por los fans de la primera, siendo un film bastante arriesgado y más pausado, los responsables apostaron por repetir los mismos patrones en la denostada tercera entrega, estrenada en 1989, y que prácticamente sentenció la saga, siendo la última película en la que Macchio y Miyagi compartían cartel.
Después de lo que había escuchado y leído de la misma me esperaba un importante bodrio, pero debo admitir (una vez más) que, aunque reconozco que buena, lo que se dice buena, no es, tampoco me ha parecido una pérdida de tiempo, a pesar de ser una especie de remake de la original, pero mucho menos familiar y más violento, con unos villanos pasados de rosca, como un desaprovechado Martin Kove (que repetía papel) o un hilarante y desatado Thomas Ian Griffith (el villano de Vampiros, de Carpenter), en su primer papel, y que parece que quiso homenajear a esos villanos de subproductos de serie Z con risotadas mientras habla con sus lacayos por teléfono.
No tengo nada en contra de los villanos histriónicos, apreciando la labor de Griffith, pero en un film de estas características desentona, siendo una cinta que coquetea con la serie B (o Z) y que la crítica machacó sin piedad (fue nominada a varios premios Razzie), como si de una víctima de Cobra Kai se tratase.

Una vez más, cumple en su cometido de hacer pasar el rato, que no es poco. Quizás soy yo, que no exijo demasiado a la saga y soy un conformista de cuidado, pero tampoco negaré que el guion (nada que objetar a la dirección) es bastante cuestionable, con una subtrama con un bonsai que ralentiza demasiado el ritmo de la historia y con un personaje femenino que no aporta absolutamente nada a la propuesta (también se deshacen del anterior interés romántico en apenas segundos, con una mala excusa… madre mía el nivel).
Una pena, porque les hubiese quedado una película mucho mejor de haber prescindido de esos elementos, con una duración de hora y media y no las casi dos horas que acaba durando. Pero todo no se puede tener. En conclusión, mejor de lo esperado, no pareciéndome una propuesta mediocre, pero entendiendo a los que sí la consideran como tal.
Por último, pero no menos especial, tenemos El nuevo Karate Kid (que debería ser la nueva, pero mejor dejemos el tema…), cuarta entrega estrenada en 1994 (gran año de cine, por cierto) donde el personaje de Daniel desapareció por completo (apenas se le nombra) y dando el relevo a un personaje femenino, interpretado por Hilary Swank, actriz ganadora de dos Oscars (que le ha bastado unos pocos años para dejar bien claro que fueron más que inmerecidos) y que no ha sabido qué hacer con su carrera, viviendo en la sombras desde entonces.

Tampoco diré que haga un mal papel en el film que nos ocupa, aunque aprovecharé para reconocer que, a pesar de los esfuerzos del gran Morita, su Miyagi no está a la altura del de las anteriores entregas. Y es que estamos ante un despropósito antológico, donde nada funciona y con un guion donde se nota que no tienen ni idea de qué hacer ni a dónde ir.
Para darse cuenta de ello, basta con pararse a analizar la interminable y patética estancia en el templo de los monjes, la cual ralentiza todavía más la trama principal (y eso que estamos ante la entrega más corta), aparte de momentos supuestamente cómicos pero que palpan lo bochornoso (el baile de los monjes o la escena de los bolos), como si estuviésemos en una parodia más que en una nueva entrega de la saga, y siendo un cúmulo de despropósitos que no van a ningún lado, mancillando el honor de la saga.
Aplaudo el cambio de sexo en la protagonista, pero no saben aprovechar ese nuevo recurso (ponen un personaje masculino y no cambia nada), siendo la nueva trama de acoso bastante estúpida y demencial, siendo el personaje de Swank víctima del repugnante baboseo del imbécil de turno, mientras que el que se pelea durante casi todo el film es su interés romántico, no ella, como si los combates fueran cosas de chicos y ella sólo estuviese para ser agredida verbalmente, aparte de alguna que otra persecución. Ver para creer.

Y ya os adelanto que en esta película hay más bien poco karate, siendo una secuela insufrible y en la que nada funciona, además de un insulto a lo establecido hasta el momento. Es una pena, porque tiene ese encanto de los 90, con un acertado soundtrack (la nostalgia me puede…), y con un inicio que no está del todo mal, pero pronto se va todo al traste, con un Miyagi que se pasea por la película haciendo lo que puede con lo que le han escrito, y con un muy desaprovechado Michael Ironside, haciendo de un patético villano de segunda.
Y bueno, luego tenemos el desenlace, donde por fin la protagonista da su merecido al idiota, aunque sea sin torneo y en plena calle, en plan Street Fighter (en un combate de segundos, cuando el chico de la película ha tenido más minutos para ello…), sólo para dejar bien claro que el estudio se sacó de la manga esta estupidez de secuela con la suerte de engañar a los fans (y seguramente atraer al público femenino) y amasar más millones.
Debo admitir que no tenía intención alguna de verla para el especial y posterior visionado de Cobra Kai, pero es que quería reencontrarme una última vez con el maestro Miyagi. Craso error. En este caso sí hablaríamos de bodrio nada recomendable y de absoluta pérdida de tiempo. Mala… pero con ganas. La mancha de la saga.
En conclusión, estamos ante una primera parte, que merece su trofeo de clásico de culto, ya que funciona como entretenimiento juvenil, tan desenfadado como emotivo, y cuya fama comprendo y respeto, gracias a unos personajes fabulosos (Miyagi a la cabeza), y con dos secuelas que, sin estar a la altura de la original, cumplen con su cometido, que no es poco. La cuarta mejor olvidarla.
Y ahora toca ponerse con la aplaudida y muy comentada Cobra Kai, cuya reseña os traeré en otro artículo. Aunque os adelanto que ya he visto dos episodios y la verdad es que estoy gratamente sorprendido. La cosa pinta genial. Larga vida a Karate Kid… y al señor Miyagi.

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