Netflix suele traer productos un tanto extraños de vez en cuando, y claro, las rarezas me atraen, para qué nos vamos a engañar. Es por eso que he decidido darle una oportunidad a esta curiosa serie sobre una funeraria en Nueva Zelanda, protagonizada por el dueño de la empresa, su esposa y socia y unos variopintos empleados.
Cada episodio dura veinte minutos (un acierto) y se nos cuenta el día a día de estos simpáticos y estrafalarios personajes, desde el humor (lo cual considero un acierto, ya que un tono serio le habría venido horriblemente mal a la serie) pero siempre respetando un tema tan peliagudo como el de la muerte.
Aparte de las situaciones cómicas entre el dueño (un auténtico personaje que acapara todas las miradas) y sus empleados, se abordan las pérdidas de los familiares y la preparación de los funerales con mucho mimo, siendo la faceta más interesante del documental, además de conocer de cerca las tradiciones maorí (que es lo que son los protagonistas de la serie) en estos casos.
Y bueno, estamos ante una de esas producciones que no engañan a nadie, que enseñan sus cartas desde el principio y que es un claro caso de «o lo tomas o lo dejas». Creo que este tipo de serie documental tendrá su público, pero a mí me ha resultado algo insípida, a pesar de ofrecer algo diferente.
Quizás el problema es que hay cosas mejores que ver y que la oferta de series y documentales es tan brutal hoy en día como para hincarle el diente a un producto tan simpático como insustancial, que sirve para pasar el rato pero que se queda un poco en tierra de nadie.
Una experiencia diferente, que estoy seguro que muchos sabrán valorar, y más si les atrae el tema de la muerte y las funerarias. Aunque estamos ante un producto tan entretenido como del montón, se agradecen este tipo de propuestas.
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