Pues sí, MasterChef (versión anónimos, porque sacan tantas que mejor dejarlo claro) ha regresado con su octava edición, y lo hace en pleno confinamiento de los españoles. La verdad que este regreso lo había tomado con algo de frialdad y distancia, ya que el talent show me tenía un tanto saturado, más que nada porque emiten tres ediciones en un mismo año desde hace tiempo, y es imposible no quedar agotado.
No obstante, y aunque suene mal decirlo, el concurso ha llegado en el mejor momento, que no es otro en el cual el público está ávido de entretenimiento, y MC lo ha puesto en bandeja, nunca mejor dicho. Lo que no esperaba es que este primer programa iba a ser tan entretenido y logrado, al contrario que los años anteriores, ya sea por las pocas exigencias de un servidor o simplemente porque este año sí han acertado con el variopinto casting.
Como cada año, en la primera prueba (aunque me suena que en otros años la selección de concursantes ha sido más corta y no ha contado como prueba) tocaba escoger quiénes iban a ser los participantes de la octava edición. Afortunadamente han obviado la bobada de que cada concursante escogiese a un jurado para tenerlo como maestro, que es un recurso que se vendió como gran novedad el año pasado pero que abandonaron bien pronto, más que nada porque era una chorrada.
En esta ocasión han apostado sobre seguro, se han dejado de tonterías y han buscado un casting de lo más curioso, donde es cierto que se nota que valoran más la personalidad del concursante que no sus dotes para la cocina. No voy a juzgar esto último, pero cabe destacar que de los finalistas había una clara presencia LGTB (cosa que no había sucedido de forma clara años atrás), así como la inclusión de una chica en silla de ruedas o una mujer transexual. Decisiones dignas de aplauso, aunque algunos de esos concursantes no hayan dado la talla, que luego iremos con eso.
Por cierto, entre los finalistas se coló una Bardem, hija de Pilar y hermana de Javier y Carlos. En ningún momento fui malpensado y no vi el problema, pero parece ser que este hecho levantó muchas críticas en las redes, a parte de algunos detalles del negocio de la concursante, Mónica, que no la dejan en muy buen lugar. Mejor informaros vosotros mismos, que aquí estamos para hablar de cocina, o eso se pretende. Destacar que la concursante no llegó lejos. Algunas malas lenguas aseguran que es debido a que el programa no la quería llevar más allá por las predecibles críticas semana tras semana. A lo mejor todo es tan simple como decir que su nivel era inferior al de sus compañeros de concurso, sea una Bardem o la reina de Inglaterra.
Mención especial para el concursante que acaparó todas las miradas y eclipsó a los expuestos hasta el momento, más que nada por ser digno sucesor del protagonista de El Resplandor. Su nombre es Fidel, y si juntas su imposible personalidad con su mirada asesina, tienes un concursante que es carne de meme, y así fue. Aparte de esto, su plato no fue bueno (reconocido por los tres jueces), pero aún así le dieron tres sí y el delantal blanco. Llega a ser un Iniesta (por la personalidad, no por la fama) y lo echan a patadas. Show must go on.
Como única novedad este año (si vas a innovar hazlo bien, así que mejor que no hayan ido de listos este año, como ya he indicado) han apostado por meter más concursantes en la siguiente prueba, con delantales negros en vez de blancos. No me parece mala idea, ya que así ves quiénes merecen seguir y quiénes se han colado en un concurso que no era el suyo, aunque hay gente que se ha colado en el segundo programa y no lo merecía (de nuevo, ahora iremos con ello).
La prueba de exteriores fue por equipos, como es habitual, y al haber tantos concursantes de más, se dividieron en cuatro, dos con delantales blancos (siendo los equipos rojo y azul, como es costumbre), y otros dos de delantales negros (que fueron el naranja y el verde). Ninguno de los equipos tuvo capitán. Se vio demasiado pronto quién no valía para estar ahí (como Mónica Bardem, como ya he indicado), y no dudaron en cargárselos bien pronto, aunque, personalmente, me hubiese gustado ver un poco más de alguno de ellos.
A la siguiente prueba de eliminación llegaron diecisiete concursantes, de los cuales unos subieron a la galería con su delantal blanco y el mejor de la anterior prueba, el prometedor Iván (con una curiosa historia a sus espaldas) debía decidir qué dos concursantes salvaba, apostando por Fidel (aka vigila tu espalda) y a Sara.
Por lo tanto, en la prueba de eliminación teníamos al resto, enfrentados a unas pruebas básicas (eso no quiere decir que sean sencillas, que nadie nace sabiendo), de las cuales salieron airosas concursantes que se notaba que tenían un nivel muy superior al de sus compañeros, por lo que nada que objetar. En la prueba final, donde se tenía que hacer una tortilla francesa, quedaron pendientes del veredicto el simpático Sito (que podría pasar por el hermano gemelo de Orlando Bloom) y la entrañable Saray.
Esta última cae bien (al menos de momento), es una realidad, y el programa lo sabe, aparte de lo importante que es tener una concursante transgénero que dé representación al colectivo. El problema es que la pobre demostró que sus nociones de cocina eran más básicas que el mecanismo de un chupete, resbalando tanto en la prueba de exteriores (donde apenas hizo nada) como en esta prueba de eliminación, donde su nivel fue nefasto y muy por debajo de su compañero Sito, el cual, por cierto, fue el injusto expulsado.
Es genial que el programa quiera dar ejemplo, es algo que siempre apoyaré, pero si luego esa persona no está a la altura de las circunstancias el mensaje muere, ya que la concursante repitió más veces su drama personal que no su amor por la cocina, dejando bien claro antes de saber si era la expulsada que: «Yo ya he cumplido mi misión». Esto es, dar transparencia a su condición y colectivo. ¿Es justo que una persona que no esté ahí por la cocina y demuestre repetidas veces que no vale para esto, siga en el concurso? Que cada uno saque sus propias conclusiones.
Al final el perjudicado fue Sito, un tío con ilusión y ganas, que se vio superado por las circunstancias, en una injusta eliminación que deja patente que el programa busca este año llamar la atención por la personalidad de sus concursantes más que por su amor a la cocina. Bueno, como casi siempre, y más en el Celebrity. Cero sorpresas.
No obstante, me debo a la verdad y lo cierto es que estuvimos ante un entretenido primer programa, gracias a su especial casting, con personajes que apuntan maneras (Andy, Adrienne o Iván), otros que llaman la atención (Fidel o Michael), otros irritantes y en la barrera de lo insoportable (Luna o Mónica) y los que apuntan a ser los villanos de la edición (Teresa y José Mari). Todo se andará. Y por cierto, que no falte la señora de setenta y cuatro años y medio (dicho por ella) entrañable… De nuevo, nada en contra, pero ya huele a cliché, que no falla en ninguna edición. No puedo con los cupos.
Y bueno, confirmar que os traeré review semanal de esta octava edición, donde estoy seguro que la siguiente expulsada será Saray, más que nada porque el concurso la supera (aunque espero que espabile y remonte) y donde estoy seguro que habrá broncas cada semana, porque han escogido a los concursantes al milímetro. Algo me dice que nos lo vamos a pasar bien, aunque sea a costa de sacrificar lo que de verdad importa. Sí, la cocina. Nos leemos.
Deja una respuesta